8/10/12

que domingo menos muchoso


Todavía sigo imaginando tu voz, tu presencia. Cada vez que escucho la puerta siento que sos vos abriéndola, corro a la ventana casi todo el tiempo estoy mirando por ahí. Creo que espero verte ahí, pidiéndome la llave soltando una sonrisa. Tus pasos al subir la escalera como si fuera una carrera, tan veloz. Sigo soñando aunque esté despierta porque te veo caminar, te escucho diciendo “sexi”. Mis sentidos o me están engañando o simplemente el agonizar así es más lindo que de cualquier manera.
Los leones del edificio del frente me rugen cuando los miro, me dicen que no tenga miedo que a partir de ahora será algo nuevo. Discuten entre ellos si debo asustarme por no poder dormir o si debo intentar no temerle al desencadenamiento de esta nueva etapa.  Me exigen que me cuide, que no haga locuras mientras miro con bastantes ganas ese cuchillo desafilado, esas varias tabletas de pastillas, esa oscuridad de afuera. Uno de los cuatro me dice que corra a buscarte, que te insista, que te llame. Por el contrario uno de los del medio dice que seguro estas caminando por ahí que te dé tiempo para ver esto desde a fuera. El primero, contando desde la izquierda, me pide que no pierda la calma y que aunque te valla a buscar no voy a lograr nada. El último me exige que comience con las pastillas… dando un argumento bastante bueno “no vas a sentir nada”.
Forma fácil de verlo: Dos caminos a) vas a llorar, vas a sufrir, vas a desear no vivir b) vas evitar todo eso y evitar que cualquier persona te vuelva a querer. El farol de la esquina ya me empezó a tomar cariño, dice que entiende mi estado. Él está solo todas las noches, y solo se enciende al oscurecer para ver cosas como esta, personas odiando la vida y la soledad. Me contó que como yo hay un millón, y que la mayoría sale ilesa aunque los efectos secundarios imposibilitan volver a amar.
No quisiera terminar así, aunque tampoco quería estar como estoy ahora. Las divinas plantas de cemento escriben “no llores” con sus hojas, y los aires acondicionados me tiran aire cálido para arroparme del frio que siento. La ventana que está abierta hace un juego con sus luces que parece ser un mensaje en código morse, si mi interpretación es correcta creo que me pide que baje el volumen, o que me calle de una vez. Supongo que nadie en este lugar recuerda lo que es un grito desesperado por falta de aire –falta de amor- y por eso quizás no quiera entender.
Los balcones me llaman a su manera para hacerme terminar de una manera trágica estos 22 años, y mi celular no para de sonar con chistes de una amiga que me hace sentir un poco real. El vaso vacío con rastros de la coca que compraste antes de desaparecer, el cenicero lleno y una guitarra desfundada que me muero por escucharte tocar. El lápiz sintiendo que lo he dejado de lado, y cada comedia romántica de mi videoteca me odia por otra nueva reproducción. El quilo de helado termino siendo mucho porque no lo termine, siquiera lo volví a comer. Y cada segundo me duele más amarte, sin importar lo que me diga el cuarteto de leones del edificio de tribunales. 

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